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miércoles, 18 de enero de 2017
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DEMASIADO BEBIDOS 

El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra, no es sabio. (Prov. 20: 1).

Nunca hubieran cometido Nadab y Abiú su fatal pecado, si antes no se hubiesen intoxicado parcialmente bebiendo mucho vino. Sabían que era menester hacer la preparación más cuidadosa y solemne antes de presentarse en el santuario donde se manifestaba la presencia divina; pero debido a su intemperancia se habían descalificado para ejercer su santo oficio. Su mente se confundió y se embotaron sus percepciones morales, de tal manera que no pudieron discernir la diferencia que había entre lo sagrado y lo común.

A Aarón y a sus hijos sobrevivientes, se les dio la amonestación: ". . . no beberéis vino ni sidra. . . para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio". . . El consumo de bebidas alcohólicas tiene el efecto de debilitar el cuerpo, confundir la mente y degradar las facultades morales. Impide a los hombres comprender la santidad de las cosas sagradas y el rigor de los mandamientos de Dios. Todos los que ocupaban puestos de responsabilidad sagrada debían ser hombres estrictamente temperantes, para que tuviesen lucidez para diferenciar entre lo bueno y lo malo, firmeza de principios y sabiduría para administrar justicia y manifestar misericordia.

La misma obligación descansa sobre cada discípulo de Cristo. . . A la iglesia de Cristo de todas las edades se le dirige esta solemne y terrible advertencia: "Si alguno violare el Templo de Dios, Dios destruirá al tal: porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (1 Cor. 3: 17) (Patriarcas y Profetas, págs. 376, 377).

El caso de los hijos de Aarón ha sido registrado para beneficio del pueblo de Dios, y debería enseñar a los que especialmente se están preparando para la segunda venida de Cristo, que la complacencia de un apetito depravado destruye la sensibilidad del alma, y afecta tanto a los poderes de raciocinio que Dios ha dado al hombre, que las cosas espirituales y santas pierden su carácter sagrado. La desobediencia parece placentera en vez de excesivamente pecaminosa (I, pág. 132).

E. G. White

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