CULTIVEMOS EL AMOR CRISTIANO
El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaño. 1 Ped. 3: 10.
El padre cristiano jamás debiera perder de vista que es uno de los hijos de Dios y que debe cultivar una disposición cortés y compasiva porque es un educador. Debe representar a Jesús ante sus hijos. Al tratar con ellos, no debiera haber impetuosidad, ni tampoco esa fría dignidad que congela el amor en el corazón. Debiera ser tan amable y tierno que los corazones de sus hijos se suavicen y se sometan, y se preparen para recibir el amor y la gracia de Cristo. El cristiano no debe dirigir palabras ásperas a nadie, ya sea viejo o joven. El enemigo sugiere esas palabras. . .
La Palabra de Dios nos enseña a ser amables, tiernos, compasivos y corteses. Cultivemos el amor cristiano. Lleve todo lo que hagamos el sello de este amor. Los que no hablan las palabras de Cristo ni hacen sus obras, tratan de entrar al cielo de otra manera y no por la puerta.
No traten de conservar su fría y poco cristiana dignidad. Esto no es religión; no es cristianismo. Lo que necesitan es la luz que resplandece en el rostro de Cristo para que los rostros de ustedes resplandezcan con la luz de su amor. Dejen a un lado su férrea dignidad. Dios no les pide que conserven semejante cosa. Llénense sus corazones con el amor de Cristo; entonces el rostro de ustedes brillará con una simpatía semejante a la de Cristo.
Hay quienes están atendiendo asuntos sagrados que no tienen fe en Dios ni en su poder. Multiplican sus esfuerzos para obtener la salvación mediante sus propios medios. ¡Cuán lamentables son sus vanos esfuerzos para justificarse y tratar de no perder pie en medio de la descendente corriente del mal! Son impotentes porque no confían en Dios. . .
Dios es la eterna e increada fuente de todo bien. Todos los que lo contemplan y confían en él lo descubren. A los que lo sirven aferrándose de él como de su Padre celestial, les asegura el cumplimiento de sus promesas. Su gozo se hallará en sus corazones, y alcanzará su plenitud (Carta 203, del 14 de septiembre de 1903, dirigida a los administradores de la Casa Editora de Nashville).
E. G. White